Imagen tomada de Internet. |
Tic tac
Durante un instante el viento
cesa. Solo dos segundos. Dos. Tic tac. Tic tac. Y una minúscula partícula de polen se desprende del
estambre y cae al suelo. Así, sin más. Se desploma atraída por la fuerza de la
gravedad y se deposita sobre la tierra. De haber caído tres, cinco, cien
segundos antes, una ráfaga de viento la habría transportado apenas unos metros.
Habría cabalgado sobre la brisa, invisible a los ojos humanos, y se habría
depositado suavemente sobre un estigma. Y luego, ya sabes, el milagro de la
vida que sigue su curso. La tierra, con su vientre fecundo, hubiera hecho
brotar una planta, una flor, diez flores, una docena, dispuestas para ser
cortadas, colocadas en un ramo y rodeadas de un papel celofán transparente
estrangulado por un enorme lazo rojo. Y ese ramo, llegaría a la puerta de tu casa,
de las manos de un repartidor de Interflora que te lo entregaría una vez que
estampases tu firma en un recibo amarillo y azul. Luego, tú cogerías el ramo y
aspirarías la leve fragancia de las rosas antes de colocarlas en ese jarrón de
cristal que tienes en el aparador del salón. Y, finalmente, abrirías el sobrecito que habrían prendido del lazo rojo con una pequeña pinza de madera, coronada con una falsa mariposa de papel de las que venden en el bazar
chino por cincuenta céntimos. Dentro del sobre estaría mi disculpa. Y ese “Lo
siento, Lorena” sería suficiente. Cogerías tu móvil y me llamarías.
Claro que eso no sucede. Ya te lo dije. Cesó el maldito viento. Cesó durante un instante. Sin razón. Sin lógica. Y aquí seguimos, separados por trescientos kilómetros, mil mentiras y dos segundos. Tic tac. Tic tac.
Una historia tan triste como hermosa y llena de fuerza.
ResponderEliminarNo sé cómo no seguía tu blog, pero acabo de ponerle remedio.
Un abrazo, Arantza. Suerte
Pues muchas gracias Ángel. Aquí estoy con más o menos constancia.
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