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sábado, 16 de diciembre de 2017

HAY BELLEZA DEBAJO DE LAS COSAS

Hay películas que marcan. Escenas que no se olvidan.Y en este caso para mí esta es LA ESCENA y esta es LA PELÍCULA. Por eso le debía un microrrelato, que se va directo al libro de la MICROBIBLIOTECA como finalista de Noviembre, acompañado de los Micros de Susana Revuelta, Juancho Plaza y la inconmensurable Mar Horno.





American Beauty

Fue en el cine Gónviz. Yo tenía quince. Me besó justo cuando la bolsa blanca emprendió su vuelo anárquico y etéreo. El protagonista hablaba de que había vida bajo las cosas. Yo solo podía pensar en su lengua. Abrí un ojo y me concentré en aquella danza hipnótica. Supongo que eso es la belleza. El equilibrio. Un perfecto ejercicio de sincronización. La bolsa. Sus labios. El deseo. La electricidad.
Ayer lo encontré en el pediatra. Sabía que se había casado, pero no que tuviera niños. Su mujer amamantaba un bebé. Boca. Pezón. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Javier, grité. Y mi hijo dejó de molestar a una niña rubia. Javier también me miró. Desvié la vista hacia la ventana. Hacia un enorme liquidámbar. Rojo. Marrón. Naranja. Javier, dijo su mujer. Y mi hijo dijo qué. Y él dijo qué. Y su hijo siguió mamando. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Entrecerré los ojos, esperando ver brotar mil bolsas blancas de las ramas del árbol. Nada. Hasta que nuestras miradas se cruzaron. Un segundo. Dos. Doce. Setenta y ocho. Tras la ventana, comenzó a llover. El liquidámbar agitó sus ramas. Hay vida debajo de las cosas, pensé.
También pensé en su lengua.
En el equilibrio.
En la puta electricidad.

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