Se acaba el año y mastico todas las cosas que han sucedido. Y pienso en este blog mío que agoniza, mientras mi pulsión por la novela se come mi vena microrrelatista. Así que no me queda otra que agradecer a Esta Noche Te Cuento que mantenga viva en mí esa adicción a lo breve que me hizo comenzar a escribir.
No es esta la última entrada del año. Prometo volcar aquí mi resumen anual que tradicionalmente vierto en Redes sociales.
Mientras, os dejo con un relato, para que lo mastiquéis y lo disfrutéis, basado en esta fotografía de Robert Doisneau
EN NADA
A veces soy madre de un niño de cuatro años. De un niño de ojos marrones y cabello castaño. Veo sus manos aferradas a las mías antes de cruzar la calle. Nos imagino a los dos parados en un paso de peatones con la vista fija en el monigote rojo que no se decide a cambiar. Lo veo en el tiovivo, subido a un descapotable azul que parece de juguete. En la mesa de la cocina, torciéndole el gesto a la merluza. Sentado en el baño, con los pies colgando, sin tocar el suelo. Le leo un cuento, sentada en una cama que debería seguir en tu estudio. Ese estudio de paredes grises que una vez fueron azules. Lo observo en el ascensor, de puntillas, intentando llegar hasta el botón del piso tres.
A veces sucede. Está sucediendo ahora. Esas imágenes son solo un destello. Las borro con un parpadeo enérgico. Después, ignoro ese ruido que siento dentro del estómago, semejante al estruendo que provoca aquel que pisa caracoles. Recompongo el gesto. Salgo del baño. Me acerco a la cocina. Me siento delante de ti. Sigo comiendo. Mastico. Mastico. Mastico.
Mastico y me preparo para contestarte.
— ¿En qué piensas?