El polaco y la frutera.
Leo Brzeziński está enamorado de
Luisa, la frutera. Y ella de Leo, desde que el año pasado él la llevó a cenar a
un italiano de Malasaña. Ella aceptó porque le hacía gracia ese polaco callado
que siempre caminaba con la vista fija en el suelo, dando saltos ridículos. Y
porque él le dijo un día que odiaba los guisantes y ella también los odiaba.
En la cena, Leo le contó que sus abuelos
habían muerto en un campo de concentración. Que sufría un trastorno compulsivo.
Que estaba obsesionado con los números impares (esto se lo dijo tras besarla
siete veces seguidas). Que no pisaba líneas continuas. Que nunca había tenido novia.
Y que no conjugaba bien verbos irregulares. Pero esto era por lo de ser polaco,
no por lo del TOC.
Después del quinto de los siete
besos que le dio, ella supo que lo amaría para siempre. Te amaré a mi manera,
le prometió él. Pero no pudo. Ha dejado de llamarla. Dice que por su culpa, su
corazón late de forma desordenada, con latidos pares que le provocan una
ansiedad infinita.
Lo que el muy idiota no sabe es
que eso tampoco es por lo del TOC.
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